Los primeros rayos de
luz del día me hicieron despertar, me levanté, aparté la cortina, abrí las
ventanas de par en par y respiré profundamente… El día era hermoso, lleno de
colores vivos y sonidos que invitaban salir a pasear, ví a niños cargados con
sus bolsos camino de la escuela acompañados por sus mamás y papás, pequeñas
aves revoloteaban y bailaban en los árboles cercanos, la primavera ya estaba
aquí, y con ella todo volvía a nacer. Muchos sentimientos se agolparon y me
hicieron sentir una profunda paz; cerré los ojos para saborearlos, sentir más y
mejor.
Decidí no ir en coche, fuí caminando como caminan los niños al colegio, con
ganas de aprender y de jugar a ser mayor, caminando deseaba con toda mi fuerza
que la luz del sol me acompañara todo el camino, luz que llega y alimenta tu
alma, motor de la paz y el amor. Caminando miraba todo a mi alrededor y veía la
gran belleza de las cosas que están ahi inmóviles, quietas y que en su quietud
sentía la libertad de encontrar un lugar en el mundo lleno de paz con los
pequeños detalles que me rodean.
Casi sin darme cuenta llegué y subí las escaleras para encontrarme con el
largo pasillo que me llevaba hasta su habitación, me senté junto a él, todavía
dormía y no quise borrar un sueño porque quizás cuando sueñas mantienes viva la
esperanza de un despertar lleno de luz…
Abrió tímidamente sus ojos y yo estaba allí, junto a él, me incorporé y le
susurré al oido: “Buenos días papá...” se le dibujó una leve sonrisa y volví a sentarme. Tocaron a la puerta y
la enfermera entró apresurada con la medicación, “Buenos días José, aquí tiene la pastillita de las 9“, a lo que el cuerpo debilitado de mi padre respondió intentando sentarse
en la cama, “Venga, dame, soy todo ojos...”, se nos dibujó a los tres una sonrisa, el humor siempre presente de mi
padre nos hacía los días más llevaderos.
Nuevamente nos quedamos solos en la habitación y comenzábamos a tener todo
el tiempo para nosotros, para mirar a través de la ventana de esa segunda
planta, mi padre me pidió que lo levantara para acercarse a ella, le encantaba
mirar a través de la ventana, tal y como lo hago yo, él siempre decía que las ventanas son como la libertad, miras a través de
ellas y tu alma se va libre donde el cuerpo no alcanza… Sonrió y me miró.
Tan sencillo como una sonrisa, como la eternidad de un abrazo, como la
dulzura de un beso, esa búsqueda de amor de los pequeños momentos, comencé a
recordar en aquel instante pequeñas tardes sentado junto a mi padre en el sofá,
mientras él dormía yo jugaba sobre sus piernas con pequeños muñecos de playmóbil, recordaba esas tardes llenas de pequeños
momentos rebosantes de amor, sencillos con aroma a la tierra que te vió crecer,
son esos instantes que no olvidarás jamás por que ahí es donde encuentras tu
verdadero yo, tus recuerdos más arraigados, tu corazón, tu sentido en la vida.
Sé que no es fácil saber que poco a poco vas perdiendo al ser que más
quieres, esa persona con la que encuentras una complicidad especial, que sigue
siendo parte de tu universo y es que no dejas de sentir que se va y necesitas
no perderlo jamás… Te repites una y otra vez: No te quiero perder.
Poco a poco el sol se apagaba y comenzaban a brillar charquitos de
estrellas, la ventana seguía abierta, mi padre jamás quiso que una cortina tapase
la luz del sol o de la luna, toda luz que llega del cielo ilumina el campo de
la gente arraigada a su tierra, con aroma a Mar Mediterráneo; un carácter lleno
de luz, de paz y de amor… Desde su cama, teníamos largas charlas, hablábamos de
casi todo, preocupado por el tiempo que yo pasaba junto a él y que no lo pasaba
en mi trabajo o en mi casa, como siempre, preocupado más por mí que por su
propia enfermedad y circunstancia, siempre le gustaba hablar de buenos momentos
juntos… “¿Te acuerdas de aquella noche?...”, “¿Te acuerdas de lo bien que lo
pasamos?...” Siempre quería recordarlos para hacerme feliz, para
disimular que no pasaba nada, por que siempre fué una persona alegre, vivaz y
así nos lo hizo sentir siempre. Eso que me hizo sentir, es lo que hoy soy yo.
Hoy, recordándole, he hecho un pacto con la eternidad. Él en sus últimos
momentos me dijo “Me voy y todo se queda
aquí…” lo decía mirando a través de esa ventana infinita, sin horizonte, sin un
fin… él era consciente de que había un más allá, pero que el esmero que puso en
todo lo que dejó aquí, en su tierra, tiraba mucho, era demasiado fuerte para su
corazón, para su alma…. hoy entiendo que no es fácil dejar algo que has amado,
algo que has soñado, pero también entiendo que se fué tranquilo, se fué mirando
a través de la ventana de su alma y encontró mi corazón por siempre.
Un día Santi, mi hijo de 5 añitos, me dijo: “El abuelito está donde la perrita Laika ¿verdad papá?…
una persona menos en la tierra y una estrella más en el cielo…”
A veces, te quedas sin palabras y sólo el sentimiento te hace un nudo en la
garganta y sientes que vive en tí un recuerdo y mientras vive ese recuerdo se
queda la sencillez de su sonrisa en tu corazón y no se marcha jamás, siempre se
queda junto a tí, ese es el pacto entre tú y yo… Vive en mí tu recuerdo.
Feliz cumpleaños papá.